El Silencio
¿Por qué el silencio nos incomoda tanto?
Estar en frente de otra persona con la que se supone que estamos interactuando y que no broten las palabras, provoca un sentimiento de inquietud que nos impulsa a romper el silencio. Cualquier banalidad es válida para calmar ese crepitar interno de inadecuación.
¿Alguna vez has sentido que lo que está ocurriendo no debería estar ocurriendo?
El silencio nos invita a mirar, por eso es incómodo.
Es maravilloso prestar atención a como nos relacionamos con los actos cotidianos. Podemos descubrir más sobre nuestra mente, que leyendo el mejor tratado de autoconocimiento.
¿Te imaginas un mundo en que lo “bien visto” fuera estar con otra persona y no decir ni una palabra? Lo primero que nos viene a la mente es… ¡Qué aburrimiento, y que falta de comunicación! La comunicación humana tiene tal nivel de universos que identificarnos con una única vía, como es la verbalización, es reducirnos a una “cajita” minúscula.
Y esto es lo que hacemos en casi todas nuestras interacciones en todos los ámbitos, reducirlas a “cajitas”, que nos provocan estrechez, queja, falta de plenitud.
¿Y cómo escapamos de esas sensaciones incómodas? Creando más “cajitas”, es una carrera sin destino. ¿Sostener todas esas “cajitas” a quién beneficia? A esa parte de nosotros que no se siente suficiente, a nuestro Ego.
El silencio lo que hace es romper todas las “cajitas” para tener una gigante, en la que nos podemos expandir. Tan grande que se vuelve infinita.
¿Cuántas conversaciones no reactivas tienes contigo mismo en un día? Si somos suficientemente honestas, pocas. Reaccionamos a nuestro diálogo interno huyendo de la incomodidad que nos provoca, es lo que se denomina “reaccionar para sobrevivir”. Todo lo que “huele” a sobrevivir tiene una connotación universal, nos hace egocéntricos, nos aísla, y nos aleja de sentirnos personas “seguras” en el mundo. Una vez nos identificamos con ese rol, competimos y no vemos lo real, sólo vemos nuestra realidad (de nuevo nos encerramos en una “cajita”).
Hemos creado un mundo en el que no estamos nunca solos y sentimos la soledad más fuerte que nunca.
Por eso te propongo que explores periodos de silencio sin estímulos, a ser posible diarios. Crea el hábito con los minutos diarios que quieras invertir. ¿Por qué dedicar este tiempo? Por muchas razones:
- ¿Te has dado cuenta que tú eres tu único/a compañero/a de viaje con la que estás toda la vida? Merece la pena que te escuches, si quieres amarte.
- Darte cuenta de la locura interna mental. Cuando observas el nivel de estrés mental con el que vives (puede ser por las preocupaciones que te desatan o por el carrusel continuo que no te permite tener momentos de “descanso” mental), vas generando compasión hacia ti mismo.
- Cuando sólo observas, no reaccionas, está generando un hábito desconocido para tu Ego. Duele, pero es como un desinfectante en la herida, sabes que estás sanando.
- Nuestra mente es como un recipiente de agua con arena, si estamos siempre agitándolo nunca veremos con claridad, si permitimos que la arena se deposite en el fondo, empezaremos a vislumbrar.
Tras la práctica, anota en un cuaderno tus sensaciones corporales principales, los sentimientos que han surgido y los pensamientos a los que te has “enganchado” con más fuerza.
Pues tú no eres todo eso, eso que surge es la proyección de tu personalidad a través tu sentimiento de identidad.
A partir de ahí, tienes material para tomar acciones que te encaminen hacia otro lugar, seguramente desconocido por el momento, tu verdadero Ser.
